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La idea de santidad (separación), implica diferenciación: la dimensión de lo que es apartado está enteramente separada de lo que es común, de lo habitual, de lo profano. Lo apartado es singular, es único, inspira respeto (o temor) y aún llega a ser terrible o espantoso, porque su presencia pone de manifiesto lo imperfecto. Como El Apartado, Yehováh es distinto, sagrado, separado como el único de Su clase; por tanto Él es merecedor de la adoración y del culto porque es sin igual, sin rival y permanece como Dueño, Creador y Suprema Autoridad en relación con el mundo y sus criaturas.

Así las cosas, entonces ser apartados significa que nosotros debemos separarnos de todo lo que es mundano, banal, común o malo. En otras palabras, ser apartado significa absoluta bondad y perfección moral. Es imposible que Yehováh condone el pecado o la injusticia de cualquier clase y nivel, porque al hacerlo negaría la distinción entre lo kadosh (santo) y lo profano y por tanto minaría la naturaleza de la santidad misma. Lo apartado – kadosh- es lo opuesto a lo profano. Es lo mismo que la naturaleza de la luz disipa las tinieblas y no da lugar a ellas. No pueden coexistir de ninguna manera ni en ninguna proporción.

Al terminar la Creación, Yehováh apartó el día séptimo; no porque este tuviera algo de valor intrínseco en sí mismo que lo hiciera diferente de los demás días de la semana. No. Yehováh lo designó como el día de reposo, de descanso y lo apartó de los demás. ¿Se lo merecía el Shabbath? Desde luego que no. Fue en virtud de la decisión de su Creador que adquirió esa característica.

De manera similar, cuando nosotros somos “elegidos” por Yehováh, su propósito es que seamos apartados. Pero a diferencia del Shabbat que no tenía voluntad propia para aceptar o rechazar tal elección, nosotros sí la tenemos; y es nuestra decisión iniciar por ese camino o mantenernos como éramos antes.

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