El Altísimo no aprueba que se aprovechen de los más vulnerables; más bien enseña que cada persona tiene valor delante de Él.
En Deuteronomio 21:10-14 encontramos una enseñanza que, aunque fue dada en un contexto muy diferente al nuestro, todavía nos habla con claridad hoy. El pasaje trata de lo que ocurría cuando Israel iba a la guerra y tomaban cautivas. La instrucción de Yehováh era que, si un hombre se sentía atraído por una mujer cautiva y quería tomarla por esposa, debía tratarla con respeto: darle tiempo para llorar a su familia, permitirle dignidad y no abusar de ella. Y si después decidía no seguir con la relación, no podía venderla ni tratarla como esclava, sino dejarla en libertad.
Esto nos muestra que incluso en medio de circunstancias duras y violentas como la guerra, el Creador exigía respeto hacia la dignidad humana. El Altísimo no aprueba que se aprovechen de los más vulnerables; más bien enseña que cada persona tiene valor delante de Él.
Podemos ver este principio reflejado en la historia de Rut. Ella no era israelita, sino moabita. Al enviudar, decidió acompañar a su suegra Noemí y vivir bajo las leyes de Israel. Humanamente hablando, ella era extranjera, pobre y sin respaldo. Sin embargo, Boaz la trató con respeto. No la menospreció por ser de otra nación, sino que reconoció su fe y valentía. Le permitió recoger espigas en su campo, la protegió y finalmente la tomó como esposa. De esa unión nació la descendencia que llevaría al rey David, y más adelante a Yeshúa. Este relato nos recuerda que cuando respetamos a los demás, el Todopoderoso puede usar ese acto para grandes propósitos.
Otro ejemplo es la historia de Rahab, la mujer de Jericó que protegió a los espías de Israel. Humanamente, los israelitas podrían haberla despreciado por ser cananea y por su pasado. Pero Yehováh la vio con otros ojos. Ella mostró fe al creer en el poder del Creador y decidió proteger a los hombres de Israel. Gracias a su valentía, su vida y la de su familia fueron salvadas. Aquí aprendemos que el respeto no se trata de juzgar el pasado de las personas, sino de valorar su fe y su disposición a caminar hacia lo correcto.
En el tiempo de Yeshúa también encontramos este principio. Un centurión romano, hombre de autoridad, se acercó a Él pidiéndole sanidad para su siervo. A los ojos de muchos judíos, un romano era un opresor extranjero, pero Yeshúa no lo despreció. Al contrario, se sorprendió de su fe y dijo: “Ni en Israel he hallado tanta fe”. El centurión mostró respeto al reconocer la autoridad de Yeshúa, y Yeshúa mostró dignidad al escuchar y atender la petición de alguien que no era de su pueblo.
Después de la resurrección, en el libro de Hechos, encontramos a Cornelio, un centurión romano que buscaba sinceramente al Altísimo. Pedro, siendo judío, al principio dudaba si debía entrar en casa de un extranjero. Pero Yehováh le mostró que no debía llamar “impuro” a nadie que Él había limpiado. Pedro entonces predicó a Cornelio y a su familia, y ellos fueron sensibles a sus palabras. Este episodio marca un cambio histórico: el Creador abría las puertas de la fe a las naciones. Todo comenzó con la disposición de Pedro a respetar la dignidad de alguien que era diferente a él.
Todos estos ejemplos, desde la instrucción dada en Deuteronomio hasta los relatos del Nuevo Testamento, nos invitan a reflexionar. El Altísimo nos trata con respeto y amor, aunque no lo merezcamos. Él escucha nuestras oraciones, nos da libertad para elegir, nos corrige con paciencia y nos recibe con misericordia.
Si Yehováh, el Todopoderoso, nos trata de esa manera, ¿cómo no vamos nosotros a tratar con respeto a los demás? En el hogar, en el trabajo, en la calle, e incluso con aquellos que piensan o viven diferente, debemos recordar que cada ser humano fue creado a imagen del Creador.
Tratar a las personas con dignidad no es solo una buena costumbre: es reflejar el corazón de nuestro Padre. Cuando lo hacemos, mostramos al mundo el carácter de Dios y nos acercamos más al propósito para el cual fuimos creados.
¡Shalom!