Puedes transformar tu realidad financiera

Todo lo que hacemos hoy —actividades legales y honestas— es posible gracias a las capacidades, talentos, habilidades y relaciones que Yehováh nos ha permitido desarrollar.

Uno de los primeros actos de obediencia que Yehováh demanda a Su pueblo es “recoger” (cosechar y apartar) tanto los primeros frutos de la cosecha como aquellos producidos por su trabajo con los animales, para ayudar con los gastos de la Casa de Yehováh (Templo), para compartirlos con personas en necesidad y para ayudar con el sostenimiento de los levitas, quienes se dedicaban a tiempo completo al servicio de los asuntos de Su Casa (Templo). Surge entonces una pregunta natural: dado que en el presente la mayoría no nos dedicamos a la agricultura ni a la cría de animales, ¿sigue este mandamiento teniendo validez? De ser así, ¿cómo podemos obedecerlo?

En el mundo actual, es imposible vivir sin algún tipo de ingreso periódico, ya sea salario, renta, donativo o cualquier otra forma de sustento. Cabría preguntarnos, entonces, si estos ingresos pueden equipararse a los beneficios que se obtenían de la tierra y el ganado, los cuales eran reconocidos como bendición de Yehováh para Su pueblo trabajador y fiel.

Todo lo que hacemos hoy —me refiero a actividades legales y honestas— es posible gracias a las capacidades, talentos, habilidades y relaciones que Yehováh nos ha permitido desarrollar. Por lo tanto, ¿no son las ganancias o beneficios resultantes del ejercicio de esos dones igualmente bendiciones Suyas? Y si concluimos que sí lo son, entonces, ¿no tenemos también la responsabilidad de cumplir de la mejor manera este mandamiento?, porque al hacerlo estamos reconociendo a Yehováh como su fuente principal.

Un poco de historia

Una vez que el pueblo de Israel entró en la tierra prometida y recogió sus primeros frutos, tuvo que presentarse ante Yehováh y declarar delante del sacerdote:

«3 …Hoy declaro ante Yehováh tu Dios, que he entrado en la tierra que Yehováh juró a nuestros padres que nos daría… 4 Y el sacerdote tomará el cesto de tu mano y lo mecerá delante del Altar de Yehováh tu Dios… 10 Y ahora, he aquí traigo las primicias del fruto del suelo que me diste, oh Yehováh. Y lo colocarás delante de Yehováh tu Dios, y te postrarás delante de Yehováh tu Dios». Deuteronomio 26:3,4,10

Pero no era esto solamente lo que la gente de Israel debía separar como muestra de gratitud a Yehováh. También debía poner aparte una provision para los necesitados de su pueblo:

«He apartado lo consagrado de mi casa, y se lo he dado al levita, al extranjero, al huérfano y a la viuda, conforme a todo lo que me mandaste; no he quebrantado tus mandamientos ni me he olvidado de ellos».
Deuteronomio 26:13

¡Espera! Aquí no solo se habla de apartar lo consagrado para Yehováh, las primicias que se entregaban a los sacerdotes, sino de proveer además para el extranjero, el huérfano y la viuda. ¡Esto es profundamente significativo! Es un llamado a la generosidad en general y al desapego de lo material.

Si no obedecemos estas instrucciones, tendremos muy poca base escritural para esperar las bendiciones de Yehováh en nuestras finanzas.

Hablemos del controvertido “Diezmo”

Yehováh prometió que si le obedecemos apartando la décima parte de lo que obtenemos mediante el uso de las habilidades y talentos que Él nos dio, detendrá al devorador para beneficio nuestro:

“¡Traed todos los diezmos a la tesorería (de la Casa de Yehováh – Templo) y haya alimento en Mi Casa! Y probadme luego en esto, dice Yehováh Sebaot, si no os abro las ventanas de los cielos y derramo sobre vosotros bendición hasta que sobreabunde. Os alejaré al devorador, y no os destruirá el fruto de la tierra ni os hará estéril la vid en el campo, dice Yehováh Sebaot.”
Malaquías 3:11

Por lo cual, despreciar o ignorar estas instrucciones, trae consecuencias. Si fallamos en apartar la porción que le corresponde a Yehováh (el diezmo), y la que corresponde a quienes están en necesidad, estamos quebrantando el pacto que tenemos con Él; como resultado, no solo se ve afectado el desarrollo de los ministerios, sino que también sufren quienes sirven en ellos, así como las viudas, los huérfanos y los extranjeros. Mas no por descuido de Yehováh, sino porque quienes deberíamos ser canal de ayuda para todos ellos, cerramos nuestro corazón y retenemos lo que no nos pertenece. Así caemos bajo maldición y damos al devorador la base legal para dañar nuestras finanzas.

Aunque Yeshúa nos liberó del justo veredicto de culpa que pesaba sobre nosotros por quebrantar la Torá, no nos eximió de la responsabilidad de seguir Su ejemplo, viviendo una vida apartada de los patrones de este mundo. Cuando reconocemos que estamos pecando en alguna área, es nuestro deber arrepentirnos y volver a la obediencia.

Esto aplica también en el ámbito financiero. Al separar nuestro diezmo —la porción de nuestros ingresos que le pertenece a Yehováh—  nos estamos volviendo a Él y Él se vuelve a nosotros:

«Volveos a mí, y Yo me volveré a vosotros», dice Yehováh de los ejércitos. «Pero vosotros decís: “¿En qué hemos de volvernos?”. ¿Robará el hombre a ’Elohim? Pues vosotros Me habéis robado. Y decís: “¿En qué te hemos robado?”. ¡En los diezmos y en las ofrendas! Sois malditos con maldición, porque vosotros, la nación entera, Me habéis robado».
Malaquías 3:7-9

Un corazón agradecido, comparte con quienes están en necesidad

¿Qué hacen nuestros hermanos de Y’hudah?

Dentro del judaísmo, encontramos una profunda sabiduría en la práctica de la Tzedakáh. Este término, que comúnmente se traduce erróneamente como ‘caridad‘, significa en realidad justicia social o rectitud. No se trata de hacer una mera donación voluntaria, sino de un mandamiento obligatorio (mitzvá) que busca restaurar la justicia y el equilibrio en la comunidad. Es considerado un precepto tan fundamental que, según la tradición, quien se niega a cumplirlo demuestra una desconexión tan grave de los valores esenciales del pueblo judío que incluso se llega a dudar de la autenticidad de su fe y de su legado. Algunos sabios afirmaron que la Tzedakáh equivale a todos los mandamientos juntos, y quien no la practica es comparable a un idólatra, pues pone su confianza en las riquezas en lugar de en Dios.

Con razón Yeshúa afirmó:

«…donde esté tu tesoro, allí estará también tu corazón».

Este principio se refuerza en el Nuevo Testamento (Brit Hadashá), donde se señala que si no damos al ver a un hermano en necesidad material, es dudoso que el amor de Yehováh more en nosotros:

«…el que tiene bienes de este mundo y ve a su hermano en necesidad, y cierra su corazón contra él, ¿cómo morará el amor de Dios en él?».
1 Juan 3:17

Por supuesto, Yehováh recompensa la compasión y la generosidad. Promete que cuando damos a los pobres, necesitados, viudas y huérfanos, Él nos retribuirá:

«El que da al pobre presta a Yehováh, y Él le recompensará».
Proverbios 19:17

Entonces… ¿Qué podemos hacer con los diezmos?

Antes que todo, es necesario entender que la práctica del diezmo es ante todo un testimonio para quien lo entrega. Sí, porque al hacerlo está reconociendo que sus capacidades vienen de Yehováh.

Originalmente, el diezmo se entregaba en la Casa de Yehováh (el Templo) para su mantenimiento y para sostener a levitas y sacerdotes. Sin embargo, con el tiempo, muchos sacerdotes se corrompieron, y lo recibido ya no bastaba para saciar su codicia. Por eso, en tiempos de Yeshúa, la casta sacerdotal estableció negocios de cambio de moneda y venta de animales en los patios del Templo, lo que provocó que Yeshúa los expulsara, acusándolos de convertir la Casa de Su Padre en cueva de ladrones:

«…y Yeshúa entró en el Templo y comenzó a echar fuera a los que vendían y compraban allí; volcó las mesas de los cambistas y los puestos de los que vendían palomas. Y les decía: “¿No está escrito: ‘Mi Casa será llamada Casa de oración para todas las naciones’? Pero vosotros la habéis convertido en cueva de ladrones”».
Marcos 11:15-17

Tras la destrucción del Templo de Herodes en el año 68 d.C. ya no hubo lugar para llevar los diezmos. ¿Diriamos entonces que “nos libramos” de tal responsabilidad? Al responder que sí, estamos mostrando que no hemos entendido el propósito de esa instrucción, ¿recuerdas cuál es? Reconocer que todo viene de Yehováh y mostrarle gratitud y honra. La pregunta entonces persiste: ¿Qué debemos hacer con la porción que separamos para Yehováh?

Personalmente veo dos opciones:

  1. Atendiendo a lo que dijo Yeshúa a sus discípulos cuando los envió en misión: «El obrero es digno de su salario» (Lucas 10:7) es perfectamente lícito y apropiado usarlo para dar apoyo financiero a quienes nos guían y nos dan soporte espiritual.
  2.  Utilizarlo también para dar ayuda a los necesitados: La viuda, el huérfano, el extranjero… es decir a personas que están en real necesidad.

Seguramente habrá situaciones que dificultarán apartar el diezmo completo. En tales casos, debemos hacer lo posible dentro de nuestras limitaciones. Lo importante es que no haya excusa para dejar de compartir las cargas de quienes sirven a Yehováh, o para no ayudar a quienes están en necesidad. Y aunque estuviésemos en una situación financiera difícil, como Pedro al paralítico, deberíamos estar dispuestos a decir:

«No tengo plata ni oro, pero lo que tengo te doy» (Hechos 3:6).

Entonces finalmente, te invito a reflexionar y a considerar: ¿Qué puedo dar? ¿Cómo puedo ayudar? ¿De qué manera puedo mostrar gratitud a Yehováh y a Yeshúa? Ora y permite que Yehováh te guíe al respecto.

Lo cierto es que en los tiempos que nos ha correspondido vivir, no podemos endurecer nuestro corazón, ni poner nuestra confianza en el dinero; porque está profetizado que llegará el momento en que no podremos usarlo (ni comprar, ni vender) y entonces será tiempo de cosechar lo que hayamos sembrado:

  • Salmo 41:1
    «Feliz quien atiende al desvalido, Yehováh lo salvará en el día de la adversidad.»

  • Isaías 58:7-8
    «¿No es que partas tu pan con el hambriento, y a los pobres errantes albergues en casa; que cuando veas al desnudo, lo cubras…? Entonces nacerá tu luz como el alba, y tu salvación se dejará ver pronto…»

  • Mateo 25:40 (palabras de Yeshúa)
    «En cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis.»

¡Shalom!


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