Como en los dias de Noe

Cómo caminar hoy con Yehováh

Yehováh sigue buscando personas como Noaj: hombres y mujeres que decidan caminar con fe, sin dejarse arrastrar por la corriente del mundo.

Cuando el libro de Génesis menciona los días antes del diluvio, describe una escena oscura: “…la maldad de los hombres era mucha en la tierra, y que todo designio de los pensamientos del corazón de ellos era de continuo solamente el mal (Génesis 6:5). Aquella generación había llegado a un punto en que el bien era despreciado y el mal era celebrado. El Todopoderoso vio la violencia, el engaño y la falta de compasión entre los hombres, y decidió poner fin a una humanidad que había olvidado a su Creador.

Sin embargo, entre toda esa corrupción, se menciona un nombre que brilla: Noaj (Noé). Dice el texto: “Pero Noaj halló gracia ante los ojos de Yehováh.” (Génesis 6:8). En medio de una sociedad perdida, un solo hombre decidió caminar en rectitud. Noaj no fue perfecto, pero vivía con integridad y fe, obedeciendo la voz del Altísimo aunque todos a su alrededor lo consideraran loco.

Hoy vivimos tiempos parecidos. La violencia crece, la mentira se disfraza de verdad, y muchos han perdido el respeto por la vida y por el Creador. Lo que antes era vergonzoso ahora se celebra, y lo que es justo y puro es rechazado. Como dijo el profeta Isaías: …a los que a lo malo dicen bueno, y a lo bueno malo; que hacen de la luz tinieblas, y de las tinieblas luz…”  (Isaías 5:20). Parece que la humanidad ha regresado a los días de Noaj, cuando los valores estaban invertidos y la corrupción llenaba la tierra.

Pero en medio de todo esto, Yehováh sigue buscando personas como Noaj: hombres y mujeres que decidan caminar con fe, sin dejarse arrastrar por la corriente del mundo. Yeshúa mismo advirtió que “Mas como en los días de Noaj, así será la venida del Hijo del Hombre”. (Mateo 24:37). En esos días, la gente comía, bebía, se casaba y vivía como si nada fuera a pasar. No estaban preparados para el juicio que vendría. Hoy vemos la misma indiferencia: muchos viven sin pensar en el propósito eterno ni en el llamado del Todopoderoso a vivir en santidad.

El apóstol Shaúl -Pablo- también habló de estos tiempos difíciles. Escribió: “… en los postreros días vendrán tiempos peligrosos. Porque habrá hombres amadores de sí mismos, avaros, vanagloriosos, soberbios, blasfemos, desobedientes a los padres, ingratos, impíos…” (2 Timoteo 3:1–2). Estas palabras parecen describir exactamente nuestra generación. Sin embargo, la respuesta sigue siendo la misma: mantenernos firmes, guardando la fe y caminando en justicia delante del Creador.

Noaj no cambió el mundo entero, pero cambió su destino y el de su familia. Fue un ejemplo de obediencia en un tiempo donde casi nadie escuchaba la voz de Yehováh. Su vida nos enseña que incluso si somos pocos, podemos marcar la diferencia. Podemos ser luz en medio de la oscuridad, esperanza en medio del caos.

El Todopoderoso no ha cambiado. Él sigue observando a la humanidad, buscando corazones dispuestos a vivir con pureza y verdad. En un mundo que se deteriora moralmente, el llamado es claro: caminar con Yehováh. No es a seguir modas, ni la aprobación de los hombres, sino a seguir la voz del Padre.

Así como el arca fue el refugio en los días de Noé, hoy nuestro refugio es Yehováh (Salmo 91:2), quien nos llama a permanecer fieles, porque los tiempos finales se acercan. Seamos como Noaj: obedientes, íntegros y llenos de fe, para que cuando Yehováh mire la tierra (Salmo 33:13-14), encuentre en nosotros a hombres y mujeres que teman a Él y caminen en rectitud y justicia.

¡Shalom!


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El Peligro de Olvidarnos de Yehováh en la Abundancia

Los seres humanos solemos buscar desesperadamente al Todopoderoso en tiempos de crisis, pero cuando todo marcha bien, nos enorgullecemos y se nos olvida quién nos dio la bendición.

En Deuteronomio 31 hay unos versos que son muy preocupantes. Yehováh le dice a Moisés:

“Este pueblo se levantará y se prostituirá tras los dioses ajenos… me dejará y quebrantará mi pacto. Entonces mi furor se encenderá contra él” .
Deuteronomio 31:16-17

Suena fuerte, ¿cierto? Pero el mensaje fue muy claro para ellos y lo sigue siendo para nosotros hoy:

cuando Israel entre en la tierra y disfrute de paz, comida y prosperidad, correrá el riesgo de olvidarse del Creador.

Miremos nuestra realidad. Vivimos en una sociedad llena de comodidades. Tenemos tecnología, comida al alcance de la mano, entretenimiento por todas partes. Y aunque todo esto parece una bendición, también acarrea un peligro: que nuestros corazones sean seducidos y nos enfriemos. Entonces Yehováh pasa a un segundo plano porque sentimos que ya no lo necesitamos.

Esto mismo sucedió en tiempos antiguos. El profeta Oseas lo dijo claramente:

Cuando tuvieron pastos se saciaron; y al saciarse se enorgulleció su corazón; por esta causa se olvidaron de mí. Oseas 13:6

¿No es exactamente lo que vivimos hoy?

Los seres humanos solemos buscar desesperadamente al Todopoderoso en tiempos de crisis, pero cuando todo marcha bien, nos enorgullecemos y se nos olvida quién nos dio la bendición. Moisés lo advirtió en Deuteronomio 8:

“Cuídate de no olvidarte de Yehováh tu Dios… no sea que digas en tu corazón: mi poder y la fuerza de mi mano me han traído esta riqueza”.

Yeshúa también habló de esto en la parábola del sembrador. La semilla que cayó entre espinos representa a los que escuchan la Palabra, pero las riquezas y las preocupaciones de la vida la ahogan (Mateo 13:22). La abundancia no es el problema; el problema está en olvidar al Dador de esa abundancia.

La historia nos da ejemplos claros. Salomón, con toda su sabiduría y riquezas, terminó desviando su corazón porque dejó que lo material lo apartara de Yehováh (1 Reyes 11:4). En cambio, Job, que también tenía mucho, nunca olvidó al Creador. Cuando perdió todo, declaró:

“Yehováh dio, Yehováh quitó; sea bendito el nombre de Yehováh”. Job 1:21

Hoy el reto es el mismo: no permitir que el confort o la prosperidad nos hagan olvidar de quién dependemos realmente. Yehováh es la fuente de toda provisión, y sin Él, incluso la mayor riqueza se convierte en vacío.

El apóstol Pablo lo resumió muy bien:

He aprendido a contentarme cualquiera que sea mi situación… todo lo puedo en el Mesías que me fortalece.  Filipenses 4:11-13

La verdadera seguridad no está en lo que tenemos, sino en caminar cerca de Yehováh nuestro Padre.

No dejemos nunca que las bendiciones de Yehováh nos aparten de Él. Más bien, hagamos de cada bendición un recordatorio de su amor y fidelidad. Porque, al final, la abundancia sin Yehováh se puede convertir en una trampa para nosotros.
¡Shalom!

Dos familias en Sukot 4

Yom Truá: Un punto de encuentro entre judíos y cristianos


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Boaz y Ruth

Yehováh y la dignidad humana

El Altísimo no aprueba que se aprovechen de los más vulnerables; más bien enseña que cada persona tiene valor delante de Él.

En Deuteronomio 21:10-14 encontramos una enseñanza que, aunque fue dada en un contexto muy diferente al nuestro, todavía nos habla con claridad hoy. El pasaje trata de lo que ocurría cuando Israel iba a la guerra y tomaban cautivas. La instrucción de Yehováh era que, si un hombre se sentía atraído por una mujer cautiva y quería tomarla por esposa, debía tratarla con respeto: darle tiempo para llorar a su familia, permitirle dignidad y no abusar de ella. Y si después decidía no seguir con la relación, no podía venderla ni tratarla como esclava, sino dejarla en libertad.

Esto nos muestra que incluso en medio de circunstancias duras y violentas como la guerra, el Creador exigía respeto hacia la dignidad humana. El Altísimo no aprueba que se aprovechen de los más vulnerables; más bien enseña que cada persona tiene valor delante de Él.

Podemos ver este principio reflejado en la historia de Rut. Ella no era israelita, sino moabita. Al enviudar, decidió acompañar a su suegra Noemí y vivir bajo las leyes de Israel. Humanamente hablando, ella era extranjera, pobre y sin respaldo. Sin embargo, Boaz la trató con respeto. No la menospreció por ser de otra nación, sino que reconoció su fe y valentía. Le permitió recoger espigas en su campo, la protegió y finalmente la tomó como esposa. De esa unión nació la descendencia que llevaría al rey David, y más adelante a Yeshúa. Este relato nos recuerda que cuando respetamos a los demás, el Todopoderoso puede usar ese acto para grandes propósitos.

Otro ejemplo es la historia de Rahab, la mujer de Jericó que protegió a los espías de Israel. Humanamente, los israelitas podrían haberla despreciado por ser cananea y por su pasado. Pero Yehováh la vio con otros ojos. Ella mostró fe al creer en el poder del Creador y decidió proteger a los hombres de Israel. Gracias a su valentía, su vida y la de su familia fueron salvadas. Aquí aprendemos que el respeto no se trata de juzgar el pasado de las personas, sino de valorar su fe y su disposición a caminar hacia lo correcto.

En el tiempo de Yeshúa también encontramos este principio. Un centurión romano, hombre de autoridad, se acercó a Él pidiéndole sanidad para su siervo. A los ojos de muchos judíos, un romano era un opresor extranjero, pero Yeshúa no lo despreció. Al contrario, se sorprendió de su fe y dijo: “Ni en Israel he hallado tanta fe”. El centurión mostró respeto al reconocer la autoridad de Yeshúa, y Yeshúa mostró dignidad al escuchar y atender la petición de alguien que no era de su pueblo.

Después de la resurrección, en el libro de Hechos, encontramos a Cornelio, un centurión romano que buscaba sinceramente al Altísimo. Pedro, siendo judío, al principio dudaba si debía entrar en casa de un extranjero. Pero Yehováh le mostró que no debía llamar “impuro” a nadie que Él había limpiado. Pedro entonces predicó a Cornelio y a su familia, y ellos fueron sensibles a sus palabras. Este episodio marca un cambio histórico: el Creador abría las puertas de la fe a las naciones. Todo comenzó con la disposición de Pedro a respetar la dignidad de alguien que era diferente a él.

Todos estos ejemplos, desde la instrucción dada en Deuteronomio hasta los relatos del Nuevo Testamento, nos invitan a reflexionar. El Altísimo nos trata con respeto y amor, aunque no lo merezcamos. Él escucha nuestras oraciones, nos da libertad para elegir, nos corrige con paciencia y nos recibe con misericordia.

Si Yehováh, el Todopoderoso, nos trata de esa manera, ¿cómo no vamos nosotros a tratar con respeto a los demás? En el hogar, en el trabajo, en la calle, e incluso con aquellos que piensan o viven diferente, debemos recordar que cada ser humano fue creado a imagen del Creador.

Tratar a las personas con dignidad no es solo una buena costumbre: es reflejar el corazón de nuestro Padre. Cuando lo hacemos, mostramos al mundo el carácter de Dios y nos acercamos más al propósito para el cual fuimos creados.

¡Shalom!

Prosperidad sin Dios

¿Puede el éxito alejarnos del Creador?

Recordar que la victoria viene de Yehováh es vivir con gratitud constante. Es entender que sin Él, nuestros esfuerzos serían insuficientes, pero con Su favor, lo imposible se vuelve posible.

Yehováh advierte a Su pueblo sobre un peligro silencioso que aparece cuando llegan las bendiciones… Pero, ¿qué podría ser? La respuesta es: Olvidarse de Él. Esto dice la Escritura:

“Y comerás y te saciarás, y bendecirás a Yehováh tu Dios por la buena tierra que te habrá dado. Cuídate de no olvidarte de Yehováh tu Dios, para cumplir sus mandamientos, sus decretos y sus estatutos… y digas en tu corazón: Mi poder y la fuerza de mi mano me han traído esta riqueza. Sino acuérdate de Yehováh tu Dios, porque Él te da el poder para hacer las riquezas…” Deuteronomio 8:10,14,17-18.

Muchas veces, cuando luchamos y tenemos poco, clamamos al Creador cada día. Pero cuando llega la estabilidad económica, un ascenso laboral, un título universitario o una meta cumplida, el riesgo es pensar: “Yo lo logré por mi esfuerzo”.

Claro que el esfuerzo es importante, pero la Escritura nos recuerda que la capacidad para trabajar, aprender y tener éxito viene del Todopoderoso. Él abre las puertas, pone personas clave en nuestro camino y nos guarda de peligros que ni siquiera vemos.

Yosef, el hijo de Ya’akov, pasó de ser vendido como esclavo a ser el segundo en autoridad en Egipto (Génesis 41). Cuando el faraón le pidió interpretar sus sueños, Yosef pudo haber aprovechado la oportunidad para engrandecerse, pero dijo:

“No está en mí; Dios será el que dé respuesta propicia a Faraón” . Génesis 41:16

Yosef sabía que su inteligencia y habilidad eran regalos del Altísimo. En nuestros días, esta actitud nos enseña que cuando recibimos un ascenso, ganamos un premio o logramos algo importante, debemos reconocer públicamente que el Creador nos dio las capacidades y la oportunidad.

Cuando el pueblo de Israel cruzó el Mar Rojo y los egipcios fueron derrotados, Miriam, la hermana de Moisés, tomó un pandero y cantó:

“Cantad a Yehováh, porque en extremo se ha engrandecido; ha echado en el mar al caballo y al jinete”. Éxodo 15:21

Ella no celebró la astucia humana ni la fuerza militar, sino que exaltó al Todopoderoso como el verdadero vencedor. Así también nosotros, cuando superamos una enfermedad, salimos de una crisis o vemos cumplirse un sueño, debemos reconocer que no fue casualidad ni por nuestra capacidad únicamente, sino la mano del Creador obrando a nuestro favor.

David fue perseguido durante años por el rey Saúl y luego por su propio hijo Absalón. Sin embargo, siempre reconoció que Yehováh lo libró. En 2 Samuel 22:2-4 dijo:

“Y dijo: Yehováh es mi roca, mi fortaleza y mi libertador; Dios mío, fortaleza mía, en él confiaré; mi escudo y el fuerte de mi salvación, mi alto refugio; Salvador mío; de violencia me libraste. Invocaré a Yehováh, quien es digno de ser alabado, y seré salvo de mis enemigos.”

En el mundo actual, donde la gente suele atribuir sus logros solo a estrategias o contactos, este ejemplo nos recuerda que debemos reconocer la protección invisible del Altísimo en cada paso que damos.

El mismo Yeshúa, nos dio el ejemplo perfecto de humildad y dependencia. En Juan 5:19 dijo:

“No puede el Hijo hacer nada por sí mismo, sino lo que ve hacer al Padre…”

Aun teniendo poder para hacer milagros, Yeshúa siempre dio gloria al Padre. En nuestras vidas, esta actitud significa reconocer que cada idea brillante, cada cliente nuevo, cada oportunidad de negocio, viene de la provisión del Creador.

El apóstol Pablo pasó de ser perseguidor de los creyentes a uno de los más grandes predicadores del Evangelio. Él nunca se atribuyó el mérito de su cambio, sino que dijo:

“Pero por la gracia de Yehováh soy lo que soy; y su gracia no ha sido en vano para conmigo”. 1 Corintios 15:10

Pablo nos enseña que incluso nuestras transformaciones internas, la capacidad de dejar malos hábitos o de enfrentar retos, provienen de la obra del Altísimo en nosotros.

La reina Ester no buscó gloria personal cuando salvó a su pueblo, sino que confió en que el Altísimo la había puesto en ese lugar “para un tiempo como este” (Ester 4:14). Ella arriesgó su vida sabiendo que la victoria final dependía de Yehováh. En nuestros logros, debemos entender que muchas veces el Creador nos posiciona con un propósito más grande que nosotros mismos.

Hoy, vivimos en una cultura que promueve el “tú puedes con todo” y el “si lo logras, fue por tu esfuerzo”. Pero la Escritura nos invita a vivir diferente: reconociendo que todo lo bueno que tenemos viene de Dios.

Esto no significa que no debamos trabajar duro, estudiar o esforzarnos. Significa que debemos reconocer que el Altísimo es quien nos dio la salud para levantarnos cada mañana, la mente para entender, la energía para perseverar y las oportunidades para avanzar.

Cuando alcanzamos un título universitario, debemos decir: “Gracias, Yehováh, porque me diste la capacidad y abriste las puertas”. Cuando nuestra empresa crece, debemos declarar: “El Todopoderoso ha sido mi proveedor”. Cuando superamos una etapa difícil, debemos proclamar: “El Creador me sostuvo”.

Enseñando a nuestros hijos a glorificar a Dios

Las Escrituras no solo nos habla a nosotros, sino que nos recuerda que debemos transmitir estas verdades a la siguiente generación. Si nuestros hijos ven que damos gloria a Dios en cada logro, aprenderán que la vida no se trata solo de acumular éxitos, sino de honrar al Altísimo con ellos.

Podemos enseñarles con acciones simples:

  • Orar en familia cuando se logra una meta.
  • Agradecer públicamente al Creador en una graduación o en un evento especial.
  • Contarles historias bíblicas de personas que reconocieron que su victoria venía de Dios.

Conclusión

Recordar que la victoria viene de Yehováh es vivir con gratitud constante. Es entender que sin Él, nuestros esfuerzos serían insuficientes, pero con Su favor, lo imposible se vuelve posible.

Como dice Proverbios 3:6:

“Reconócelo en todos tus caminos, y él enderezará tus veredas.”

El reto para nosotros es no dejar que el éxito nos haga olvidar al Todopoderoso Yehováh, sino que cada logro sea una oportunidad para decir: “A Él sea la gloria”.

¡Shalom!

Hombre haciendo un juramento

Cumple tus Promesas a Yehováh

Cumplir nuestras promesas también es una forma de adoración. Es decirle al Altísimo: “Puedes confiar en mí. Mi palabra vale”. Es vivir con temor reverente y con gratitud.

En la vida diaria, muchas veces hacemos promesas sin pensar: “Mañana empiezo a orar”, “Si me sanas, haré esto o haré lo otro”, “Voy a ayudar más a los demás”. Pero, ¿cuántas de esas promesas realmente cumplimos? En Números 30:2, el Todopoderoso nos da una enseñanza muy clara:

“Cuando alguno hiciere voto a Yehováh, o hiciere juramento ligando su alma con obligación, no quebrantará su palabra; hará conforme a todo lo que salió de su boca.”

Este verso nos recuerda algo muy importante: lo que decimos delante del Creador tiene peso. No se trata de hablar bonito, sino de ser personas íntegras, fieles y responsables con nuestras palabras.

En la Escritura encontramos varios ejemplos de personas que hicieron votos al Altísimo y los cumplieron, incluso cuando no fue fácil. Uno de los más hermosos es el de Ana, la madre del profeta Samuel.

Ana no podía tener hijos y estaba muy triste. Un día fue al Templo y oró con todo su corazón. Le hizo una promesa a Yehováh:

“Si te dignas mirar la aflicción de tu sierva… y me dieres un hijo varón, yo lo dedicaré a Yehováh todos los días de su vida” (1 Samuel 1:11).

¿Y qué pasó? El Creador escuchó su oración, y Ana quedó embarazada. Cuando nació su hijo, lo llamó Samuel y, tal como había prometido, lo llevó al Templo y lo dejó al servicio del Altísimo. ¡Qué mujer tan valiente y fiel!

Otro ejemplo está en la historia de la madre de Sansón. Aunque fue un ángel quien le anunció que tendría un hijo, también le dio instrucciones claras: el niño debía ser un nazareo desde el vientre, es decir, consagrado a Dios, sin beber vino ni cortarse el cabello (Jueces 13:5). Ella obedeció, y aunque Sansón cometió errores más adelante, su nacimiento fue el cumplimiento de un voto y un propósito especial.

También tenemos a Jacob, nieto de Abraham, quien hizo un voto cuando huyó de su hermano Esaú. Una noche tuvo un sueño con una escalera que llegaba al cielo, y al despertar dijo:

“Si Dios fuere conmigo y me guardare… y me diere pan para comer y vestido para vestir… de todo lo que me dieres, el diezmo apartaré para ti” (Génesis 28:20–22).

Jacob no olvidó esa promesa. A lo largo de su vida mostró fidelidad, y reconoció que todo lo que tenía venía del Todopoderoso.

¿Y nosotros? ¿Cumplimos lo que prometemos?

Vivimos en un tiempo donde muchas palabras se dicen al aire. Es fácil prometerle algo a Yehováh cuando estamos en problemas o cuando queremos algo, pero luego se nos olvida. Sin embargo, el Creador no olvida nuestras palabras.

Eclesiastés 5:4-5 dice:

“Cuando a Dios haces promesa, no tardes en cumplirla; porque él no se complace en los insensatos. Cumple lo que prometes. Mejor es que no prometas, que prometas y no cumplas.”

Este es un llamado serio a la reflexión. No estamos hablando sólo de grandes promesas, como dar diezmos o servir en una misión. También incluye compromisos sencillos, como dedicar tiempo a la oración, leer la Palabra, perdonar a alguien, o ayudar a los necesitados.

Cuando no cumplimos nuestras promesas, nuestra relación con el Altísimo se daña y también con los demás. Pero cuando somos fieles, el Creador se agrada de nosotros y fortalece nuestro carácter.

El Todopoderoso es Fiel a sus promesas. Lo vemos en toda la Escritura: Él no miente, ni cambia de parecer. Como hijos suyos, estamos llamados a reflejar ese mismo carácter. Ser hombres y mujeres de palabra, que honran lo que dicen y que no usan el nombre de Yehováh en vano.

Cumplir nuestras promesas también es una forma de adoración. Es decirle al Altísimo: “Puedes confiar en mí. Mi palabra vale”. Es vivir con temor reverente y con gratitud.

Reflexión

Si alguna vez hiciste una promesa a Dios y no la cumpliste, no es tarde para corregirlo. El Creador es misericordioso y paciente. Arrepiéntete, vuelve a Él, y pídele ayuda para cumplir lo que prometiste. Y si estás por hacer un voto, hazlo con seriedad y responsabilidad.

Recordemos: Yehováh escucha, toma nota, y honra a los que le son fieles. Que nuestras palabras no sean huecas, sino reflejo de un corazón sincero.

“El que anda en integridad, será salvo” (Proverbios 28:18).

¡Shalom!

Moises golpeando la roca

Yehováh provee incluso cuando fallamos

Yehováh es bueno incluso cuando nosotros no lo somos. Él no actúa movido por caprichos, sino por amor fiel y constante.

Una de las verdades más hermosas de la Biblia es que Yehováh no deja de cuidar de nosotros, aun cuando no actuamos como deberíamos. Su fidelidad no depende de nuestro comportamiento perfecto, sino de Su amor y misericordia. A lo largo de la historia bíblica, vemos que Yehováh es un Dios que provee, incluso cuando Su pueblo se equivoca, duda o se queja.

En Números 20:7-11, el pueblo de Israel tenía sed y, como muchas veces antes, comenzó a quejarse con Moisés. Entonces el Todopoderoso le dijo a Moisés que le hablara a una roca, y de ella saldría agua. Pero Moisés, cansado de las constantes quejas del pueblo, golpeó la roca dos veces con su vara. Fue un acto de desobediencia, porque el Creador le había dicho que le hablara, no que la golpeara.

Aun así, el agua salió de la roca, y el pueblo bebió. Yehováh no los castigó en ese momento con sed, ni los abandonó por el error de Moisés. Él proveyó agua en el desierto, mostrando una vez más que Su compasión es más grande que nuestros errores.

“Y alzó Moisés su mano y golpeó la peña con su vara dos veces; y salió agua en abundancia, y bebió la congregación y sus bestias” (Números 20:11).

El pueblo de Israel se caracterizó por quejarse. A pesar de haber visto las plagas en Egipto, el mar rojo abierto, la columna de nube y de fuego, y el maná del cielo, seguían dudando y murmurando. En Éxodo 16, por ejemplo, se quejaron porque no tenían comida. En lugar de castigarlos, el Padre les dio maná cada mañana.

“He oído las murmuraciones de los hijos de Israel. Háblales, diciendo: Al caer la tarde comeréis carne, y por la mañana os saciaréis de pan; y sabréis que yo soy Yehováh vuestro Dios” (Éxodo 16:12).

Dios no respondió con ira inmediata, sino con provisión. Esto nos muestra Su gran paciencia. Él entiende nuestras debilidades y sigue supliendo nuestras necesidades, aunque muchas veces no confiemos plenamente en Él.

Yeshúa, en su enseñanza, también habló de esta bondad divina. Dijo que, aunque los seres humanos somos imperfectos, aún sabemos cuidar a nuestros hijos y darles lo que necesitan. ¿Cuánto más, entonces, nuestro Padre celestial cuidará de nosotros, que somos Sus hijos?

“Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre que está en los cielos dará cosas buenas a los que le pidan?” (Mateo 7:11).

Yeshúa nos invita a confiar, no en nuestro mérito, sino en el carácter de Dios. Yehováh es bueno, incluso cuando nosotros no lo somos. Él no actúa movido por caprichos, sino por amor fiel y constante.

En 2 Timoteo 2:13, el apóstol Pablo escribe algo que resume esta verdad:

“Si fuéremos infieles, él permanece fiel; Él no puede negarse a sí mismo.”

Esto no significa que podemos vivir como queramos y esperar que Yehováh nos dé todo. Lo que significa es que cuando fallamos sinceramente, cuando dudamos, cuando caemos pero volvemos arrepentidos, el Todopoderoso no nos abandona. Él sigue proveyendo, sigue sanando, sigue guiando.

Su provisión no es una recompensa por perfección, sino un regalo de gracia para quienes confían en Él.

Reflexión final

Tal vez en este momento sientas que no mereces nada de parte de Dios. Quizás has fallado, te has quejado, has dudado o has actuado mal. Pero aun así, el Padre no ha dejado de darte el aire que respiras, la comida que comes, la familia que tienes, el amor que te sostiene. A veces, nos olvidamos de cuán generoso es Él, incluso cuando estamos lejos de ser agradecidos.

Yehováh no cambia; aun en medio del desierto, Él sigue haciendo brotar agua de la roca. En medio de tus debilidades, Yehováh sigue proveyendo todo lo que necesitas para avanzar.

Solo tienes que volver a Él, con un corazón sincero y confiado. Su fidelidad no falla.

¡Shalom!